• La Pirámide de Toledo



    El alcalde de la ciudad, Alberto Aguilera de Lema, estaba sometido a una gran presión. En solo ocho meses, tres mujeres habían aparecido degolladas en la calle de la Luna, número 22. La unidad de investigación policial no tenía ni la más mínima pista de quién podía estar detrás de semejantes horrores. Por eso, muy a su pesar, se decidió a consultar al Doctor Adrián Costa, un coleccionista de objetos esotéricos rarísimos (nivel: vitrina para cada uno) y miembro de los 10.000.

    Costa le había dado cita al alcalde en su piso —bueno, residencia suena más fino— a una hora que no era precisamente de oficina: las once de la noche, en el barrio de Malasaña, que dormía bajo una lluvia fina, muy de peli noir.

    —Tengo un artefacto que puede ayudarnos a resolver tu misterio —dijo Costa, señalando una pequeña pirámide metálica que tenía sobre el escritorio, así como quien tiene un pisapapeles mágico.

    —¿Dices que este adorno puede darnos la identidad del criminal? Venga ya, eso no tiene ni pies ni cabeza.

    —No es un adorno cualquiera. Es la Pirámide de Toledo —un artefacto milenario que se recuperó en una subasta del siglo XVIII en Kiev.

    Fue entonces cuando al alcalde le picó la curiosidad y se acercó a mirar bien el objeto misterioso. La superficie estaba tan pulida que parecía recién encerada y brillaba como si llevara LEDs por dentro.

    —¿De qué está hecha?

    —Pues nadie lo sabe a ciencia cierta. Es una aleación rara que incluye todos los metales plateados menos el tungsteno, que ya sabemos es el soso de la tabla periódica: cero propiedades mágicas.

    —¿Y cómo se usa?

    —Fácil. Te la pones en la frente, piensas la pregunta y ella... responde. ¿Quieres probar?

    —Por supuesto. Adelante, tú primero.

    Costa se colocó la pirámide sobre la frente, cerró los ojos y entró en un estado de concentración zen total. Pasaron unos segundos eternos y, de repente, abrió los ojos como si hubiese visto un fantasma en bata.

    —No puede ser... es imposible —balbuceó.

    —¿Qué has visto? ¡Explícate! —exigió el alcalde, ya sin disimular el pánico.

    —La pirámide me ha revelado la identidad del asesino.

    —¿Quién es? ¡Dímelo ya!

    —No es una sola persona. Es una organización. Antigua, muy antigua. Pensábamos que estaba disuelta, pero nos la han colado bien durante siglos. 

    —¿Pero cómo se llaman? ¡Dilo ya!

    —Kraken. Han vuelto.



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    - un desenlace inesperado  


    SERIE LOS 10.000


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  • La Pirámide de Toledo

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