Estando de visita en un mercado de El Cairo, un vendedor de recuerdos se dirigió repentinamente a mí en una mezcla de inglés y árabe:
—¡Hanem! Este es un regalo especial de Egipto.
—No estoy interesada en figurillas de gatos —contesté secamente, con aire descortés.
Mala idea. No debí haber dicho palabra alguna. Ahora que había captado mi atención, no quiso despegarse y comenzó a seguirme mientras yo intentaba continuar con mi itinerario.
—Disculpe, no quise molestarla. Acepte este don. Ha estado buscándola por siglos.
Intrigada por su frase, le pregunté cuánto quería por el objeto que me ofrecía.
—Siempre ha sido suyo —respondió, colocando la estatuilla en mis manos antes de desaparecer entre la multitud.
Decidí conservar el recuerdo, que consideré anecdótico, pensando que podría servir de adorno en mi hogar, al otro lado del mundo.
De regreso en casa, coloqué la estatuilla en la mesa central de la sala. Cuando Arturo, mi novio, vino a visitarme, le causó curiosidad la pieza. La tomó en sus manos y comentó:
—Esto debió costarte una fortuna.
—¿Por qué? Es solo un souvenir.
—Si no te has dado cuenta, está hecha de diorita, un material raro y valioso.
—Quizás pueda venderlo al museo o a algún coleccionista —dije sin ocultar mi codicia.
A la mañana siguiente, Arturo ya se había ido. Supuse que salió temprano al trabajo y no quiso despertarme. Como de costumbre, fui a prepararme el desayuno, pero esta vez noté que la estatuilla no estaba en la sala. Al principio no le di demasiada importancia, pensando que él la habría movido.
Busqué por toda la casa. Al llegar al armario, di un salto cuando un gato negro salió de entre la ropa y se escondió bajo la cama.
—¿De dónde saliste tú? —murmuré, acercándome lentamente.
El gato me miró fijamente con sus ojos dorados, de una manera inquietantemente familiar.
—Si pudieras hablar, seguro responderías: “No hay nada igual a mí excepto yo”.
El gato comenzó a olisquearme y a refregarse contra mis piernas, como marcando su territorio.
—¿Arturo? —pregunté, incrédula.
El peludo intruso se limitó a responderme con un ronroneo y un leve mordisco en mis pies descalzos.
🐈
Texto compuesto para participar en la convocatoria de "Jueves de Relatos", con El Demiurgo de Hurlingham como anfitrión. Esta semana hay que escoger entre diferentes frases dichas por metahumanos, héroes o villanos. Ver la convocatoria en su blog siguiendo este enlacé.
Necesito un conejito de diorita.
ReplyDelete¡Madre mía! ♀️ ¡Pues sí que se me había ocurrido lo del conejo! ¡Lo juro por Snoopy! Pero es que un toro en mis historias... ¡no pegaba ni con cola! Así que al final me he decantado por el gatito. ¡Es mucho más mono y da menos trabajo!
DeleteSe me hace que el tal Arturo es un delincuente de marca mayor, vea que cambio la valiosa estatua por un gato callejero....
ReplyDelete¡Es una posibilidad, pero el gato que resultó ser de raza fina se le parece un montón! A Arturito no lo he vuelto a ver, ¡qué pena! ¿Será que se han ido de parranda con el precio del amuleto? ¡Ay, qué cosas!
Delete¿El gato de diorita se transformó en un gato negro o fue Arturo quien se transformó?
ReplyDeleteO tal vez que el gato negro echó a Arturo.
Que intriga. Besos.
Que me he enterado de que las estatuas de diorita necesitan un ser vivo pa' hacer la transformación, y eso explicaría porque ni Arturo ni la estatua están por ningún lado... pero yo qué quieres que te diga, esa alquimia no me convence ni un pelo.
DeleteMe dejaste helada con el sorpresivo final, me encantó tu historia.
ReplyDeleteUn abrazo.
PATRICIA F.
Me gusto tu historia, Arturo, seguro que fue a venderla, o bien se convirtió en el gato negro ajajja. ¿Quién sabe?, de todos modos muy bien la frase empleada. Un saludo.
ReplyDeleteQué bueno!!!
ReplyDeleteNo sabía lo de la transformación.
Me estás dando ideas y no son buenas, jajjaaja
La estatua parece ser que se convirtió en el gato negro, qué bueno. Me gustó tu relato Lucy.
ReplyDeleteUn beso.
Dicen que los faraones tenían a los gatos como talismanes, como auténticos dioses, a ver si la estatuilla era de Ramsés, jeje, muy bien gestionada la frase, un relato que me ha encantado.
ReplyDeleteUn abrazo
Los gatos dicen que son animales mágicos, de ahí el poder que tenían para los egipcios. no sabía lo de la transformación, espero que no la usen conmigo si te digo que soy más de los perros, con perdón de los gatos y tuyo, que eso no ha sido óbice para que no me guste tu relato y mucho.
ReplyDeleteBesos