La Señal
Eran las tres de la mañana cuando recibí la llamada de la Jefa. Soy de ese tipo de personas a las que buscan cuando todo se va al garete y alguien de la élite que nos gobierna empieza a morderse las uñas. Pertenezco a los 10.000.
Los sucesos ocurrieron en una instalación del gobierno donde ningún hombre nacido de mujer puede poner un pie: un laboratorio de experimentación genética, bajo tierra.
Al parecer, alguien no entendió la señal de acceso restringido en una de las puertas. Que vamos, para cualquiera con dos dedos de frente está clarinete que ese símbolo indica la presencia de una minotaura dentro. Pero ya se sabe… siempre hay algún iluminado que no distingue entre una señal de peligro y un logo de discoteca postmoderna.
—¿Esas son todas las pistas? —le pregunté a la Jefa, intentando sonar más tonta de lo que soy, que a veces cuela.
—Hay unas salpicaduras más por el pasillo y luego… nada. Por eso te llamamos. Tu misión, si decides aceptarla, es traernos al dueño de esos fluidos... vivo o muerto. Total, ya está herido.
—Pfff… —respondí, poniendo cara de asco como quien ve una tortilla sin sal—. Les costará seis millones.
—¡Hecho, querida! El dinero ya está en tu cuenta.
Y ahí me tenéis, con el traje antibacteriano a medio abrochar, las botas llenas de barro lunar, y el café de cápsula aún en la mano, dispuesta a rastrear los charcos fluorescentes de un bicho que, según el protocolo, no debería ni existir. Pero en este curro, lo raro es lo de siempre, y lo imposible… pues casi que también.
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Participo en el reto de Cada Jueves un Relato, convocado por Neogeminis bajo estas directivas:
La Señal
Eran las tres de la mañana cuando recibí la llamada de la Jefa. Soy de ese tipo de personas a las que buscan cuando todo se va al garete y...

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