• Pico de Élite

    Combatir una poderosa organización internacional como Kraken, con tentáculos en Europa y cabeza en España, tiene a veces algo de paradoja: conforme íbamos siguiendo la estela de crímenes, quedó claro que su alcance era mundial. En Nueva York tenían un tentáculo tan grande que hacía palidecer las operaciones que manejaban en el Viejo Continente. Como miembro de Los 10.000 me enviaron en misión encubierta para localizar a los líderes de Kraken en Norteamérica. Obvio: no iba solo; detrás de mí había todo un equipo. Aun así, yo sería la "carne de cañón", mientras el resto pasaba por burócratas y técnicos de soporte.

    El plan era sencillo sobre el papel: viajaría primero a Argentina y permanecería allí un tiempo. Desde ese país, con pasaporte, acento y ademanes de gaucho bien ensayados, me introduciría en la vida social de Nueva York como una suerte de hombre de negocios exitoso, ganándome la confianza de ciertas élites. Donde se mueve dinero, allí suele haber algo que huele a podrido, y Kraken sabía cómo ocuparse de esos olores.

    ¿De dónde saldría la pasta para hacerme pasar por inversor de cartel? No lo sabría concretar del todo, pero tenía acceso a varias cuentas que servirían para cubrir mi tapadera y despistar a cualquiera que olisqueara demasiado.

    Tras meses de paciencia, me di cuenta de que donde más asuntos turbios se cocían era precisamente en el MoMA: un plátano con cinta adhesiva podía cotizarse por millones; toda una lavandería disfrazada de exquisitez artística, vaya tela.

    No todo lo que olía a fraude era directamente de Kraken; había otras organizaciones metidas en la madeja y delincuentes sueltos. También gente del circuito artístico que, sin pertenecer al hampa, vivía de inflar precios hasta el absurdo.

    Me fijé especialmente en una parejita de curadores suecos, los Lasse-Maja, que estaban subastando una pieza muy extraña: un pico de pulpo valorado en 40 millones de dólares. Según su relato, era la boca de una ammonita, extinta hace millones de años, única en el mundo; en resumen, algo apetecible para coleccionistas con demasiada ambición.

    El día de la subasta hubo pujas durísimas, pero la obra se adjudicó mediante una oferta por internet. Los Lasse-Maja lograron sacar un botín de cien millones por su "chuchería". Ese fue mi primer aviso; algo en mi intuición me dijo que ese tipo de piezas tendrían tirón entre los círculos de Kraken.

    No fue tarea fácil, pero conseguí colocar un trazador en la dichosa escultura. La vanidad de esos líderes sería mi pasaporte para desenmascararlos.

    Desde un apartamento alquilado con vistas a Central Park, a prudente distancia del punto de entrega, seguí la señal en mi terminal. La escultura se movió por Manhattan hasta detenerse en la lujosa sede de las Naciones Unidas, un edificio tan célebre que era, en cierto modo, un secreto a plena vista. Allí se congeló el rastro. Atando cabos, comprendí que la Secretaria General era la cabeza del tentáculo de Kraken en Norteamérica. Se me heló la sangre: se trataba de la anciana Greta Thunberg, la filántropa más icónica del mundo, la mujer que durante décadas había financiado proyectos ambientales y coleccionado galardones.

    El líder de Kraken en Norteamérica no era un mafioso escondido en un sótano, sino una figura intocable de la alta sociedad, cuyo rostro aparecía en revistas internacionales. Ella había estado a mi lado en un sinfín de galas, dándome palmaditas y alabando mis "éxitos" como inversor argentino. Todo ese tiempo  había sido la cabeza del gran tentáculo a la sombra, ocultándose a plena vista, usando la celebridad, la política y el arte como tapadera perfecta. Lo que empezó como un juego de despistes se convirtió en un enfrentamiento directo; yo, por fin, tenía un nombre.

    Vía radio, informé a mi contacto:

    — He identificado el huevo de pascua, repito, he identificado el huevo de pascua. ¿Procedo a hacer omelette?

    — Negativo, negativo. Los superiores indican que no procedamos. La misión ha terminado; ahora debemos centrarnos en seguir a los Lasse-Maja. Un equipo de expertos de alto calibre vendrá a finiquitar el asunto —contestó una voz fría y distante al otro lado.

    ¡Maldición! Fuera lo que fuese, alguien había decidido alargar la comedia unos pasos más. Los Kraken son listos como el hambre. Soy agente entrenado y profesional, así que acaté la orden y nos esfumamos sin dejar rastro, a la chita callando, para seguir a la nueva presa. La información que había recopilado era valiosa, pero me quedaba la sensación amarga de que la decisión no era la mejor.

    Apagué la terminal, clavé la mirada en la oscuridad de la pantalla y supe, con un frío que me recorrió hasta los huesos, que el verdadero riesgo no era descubrir quién llevaba la máscara, sino que alguien ya se había dado cuenta de que yo la había levantado.



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