• La Señal

     



    Eran las tres de la mañana cuando recibí la llamada de la Jefa. Soy de ese tipo de personas a las que buscan cuando todo se va al garete y alguien de la élite que nos gobierna empieza a morderse las uñas. Pertenezco a los 10.000. 


    Los sucesos ocurrieron en una instalación del gobierno donde ningún hombre nacido de mujer puede poner un pie: un laboratorio de experimentación genética, bajo tierra.


    Al parecer, alguien no entendió la señal de acceso restringido en una de las puertas. Que vamos, para cualquiera con dos dedos de frente está clarinete que ese símbolo indica la presencia de una minotaura dentro. Pero ya se sabe… siempre hay algún iluminado que no distingue entre una señal de peligro y un logo de discoteca postmoderna.


    —¿Esas son todas las pistas? —le pregunté a la Jefa, intentando sonar más tonta de lo que soy, que a veces cuela.


    —Hay unas salpicaduras más por el pasillo y luego… nada. Por eso te llamamos. Tu misión, si decides aceptarla, es traernos al dueño de esos fluidos... vivo o muerto. Total, ya está herido.


    —Pfff… —respondí, poniendo cara de asco como quien ve una tortilla sin sal—. Les costará seis millones.


    —¡Hecho, querida! El dinero ya está en tu cuenta.


    Y ahí me tenéis, con el traje antibacteriano a medio abrochar, las botas llenas de barro lunar, y el café de cápsula aún en la mano, dispuesta a rastrear los charcos fluorescentes de un bicho que, según el protocolo, no debería ni existir. Pero en este curro, lo raro es lo de siempre, y lo imposible… pues casi que también.






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    Participo en el reto de Cada Jueves un Relato, convocado por Neogeminis bajo estas directivas:

    Evocando (que no emulando) los famosos versos de García Lorca, les invito a escribir, ya sea concreta o simbólicamente sobre este color tan particular. Puede ser utilizando algún objeto verde que aparezca destacado en el relato o reflexionando sobre lo que pueda significarnos sus características estéticas o emotivas, la consigna pretende partir de ese color para narrar historias breves que surjan sin más condicionamientos.



  • Singladura a una Montaña llamada Cthulhu


    En el cementerio de la Almudena, junto a J.L., mi Mentor, quien iba vestido de blanco, estábamos ante la tumba del profesor Jiménez del Oso. Me quité los guantes para tocar la lápida. Sin previo aviso, el Mentor (ahora en traje negro) tocó mi hombro y dijo: "Ven, vamos a hacer el Mulhacén".

    De inmediato, mi cuerpo mental fue trasladado a la Sierra Nevada, donde, desde cierto ángulo y bajo ciertas condiciones de luz, la montaña parece un monstruo dormido. Su contorno, vagamente antropoide, tenía picos que se alzaban como tentáculos de un pulpo, una superficie escamosa y formaciones rocosas que se extendían como alas estrechas y largas.

    Dentro de una cámara secreta en la montaña, llamada "El Cuarto de los Espejos", el aire era denso, cargado de incienso y murmullos. Los Cultistas, vestidos con túnicas oscuras y capuchas que impedían ver sus rostros, formaban un círculo alrededor de un altar tallado con runas que no reconocí. El Mentor me guió hacia un sarcófago entreabierto, donde me esperaba la ceremonia de iniciación. "Hoy nacerás de nuevo", susurró.

    Los cánticos en lenguas desconocidas resonaban en las paredes de piedra. Los Cultistas se descubrieron el rostro. Todos tenían mi cara.

    La Noche de los 10.000 es un momento único, cuando el velo entre los mundos se desvanece y aquellos destinados a portar dones especiales son marcados. Sin saber cómo, tomé posesión del sarcófago. Un frío me atravesó el alma. Cerraron la tapa y quedé indefensa en la oscuridad durante siglos. No recuerdo mucho después de eso, solo mi propia voz murmurando: "Verás lo que otros no pueden".

    —¡Ferina! ¡Ferina! —Los gritos angustiados de la entidad vestida de blanco me sacaron del trance y del rapto—. ¿Qué viste?

    —Al tocar la lápida de Jimenez, miles de imágenes inundaron mi mente. Pude ver su vida, sus alegrías, sus penas, sus secretos; todo se desplegó ante mí como un libro abierto. Solo que, esta vez, sus recuerdos, de algún modo, se mezclaron con los míos y no podía diferenciar claramente qué era de él y qué de mí.

    Mi Mentor me observó en silencio y dijo:

    —Obviamente, el profesor no era un simple maestrillo de escuela. Esta tumba está protegida por una tecnología que no es usual en esta parte de la galaxia. Sea quien sea que esté detrás de esto, conoce tus habilidades y también ha visto aquello que te fue revelado. Esta es mi voz de advertencia: en adelante, ten cuidado con lo que tocas... algunos muertos no quieren ser recordados.

    Neuriwoman en "Cada jueves un Relato", nos invita a crear una historia en donde se evoque un viaje, real o ficticio, en la Tierra o en las estrellas, o un viaje iniciático. Para ver completos los detalles de la convocatoria seguir este enlace

     

  • La Matrioshka del SubIntendente



    — ¿Exactamente qué fue lo que salió mal con el asunto de Kraken y el barco perdido de Euratom? —soltó al aire la pregunta Larisa Argos, miembro senior de los 10.000, cuya habilidad consiste en mantenerse libre de inhibiciones.

    — Falló todo y fallamos todos —cortó seco Olissipo Ulishbona, el otro senior, un hombre atormentado por varias condiciones febriles como hipermnesia, anamnesis y memoria eidética.

    — Soy toda oídos. Cuéntamelo con pelos y señales, desde el principio y sin dejarte nada en el tintero.

    — Todo empezó con un acertijo que entregó el Estafeta en turno la noche antes de que el grupo liderado por Onuba Awanaba fuera a confrontar la base de Kraken cerca de Argelia, para recuperar el barco con su cargamento.

    — ¿Awanaba es la sinestésica? 

    — Justo esa.

    — ¿Y quién más iba en el grupo? 

    — Estaban Elvira Granada, Auringi Yayyan… 

    — La hipnotista y el ambidiestro. 

    — …y también iba Gades Gadir. 

    — ¿El ajedrecista? 

    — El mismo.

    — Y con ellos iba tu esposa, Aeminium Conimbriga, la famosa Hielera. 

    — También iba —Olissipo hizo una breve pausa para aclararse la voz.

    — ¿Y qué decía el acertijo del Estafeta? 

    — Absolutamente nada. 

    — No te pillo. 

    — No era un acertijo escrito. 

    — ¿Ah, no? ¿Entonces qué era? 

    — Una matrioshka. 

    — ¿De esas en las que dentro de una muñeca grande hay otra más pequeña, y así unas cuantas veces? 

    — Solo que, en vez de muñeca, el motivo eran 8 pulpos. 

    — O sea, un Kraken dentro de otro Kraken.

    — Onuba y su grupo tomaron el extraño mensaje como una advertencia de que el enemigo estaba al tanto de sus planes. Pero no captaron del todo el propósito del acertijo de la matrioshka.

    — ¿Y cuál era el verdadero significado? 

    — Kraken es una jerarquía muy estricta. Cuando te cruzas con un miembro de Kraken, tienes que suponer que tiene un superior mucho más peligroso y con más poder. 

    — Y eso no lo sabía Onuba. 

    — Ni ella ni ninguno del grupo comprendieron el acertijo.

    — ¿Quieres decir que, cuando se enfrentaron al Segundo Subintendente de Kraken, fueron prácticamente a ciegas? 

    — Es lo que hemos concluido. El grupo de Onuba logró despachar sin dificultad, uno a uno, a los soldados del enemigo. Penetraron sin mayor esfuerzo los anillos de seguridad que protegían el barco de Euratom. Hasta ahí, todo iba viento en popa.

    — Y en algún momento debieron dar con la cámara del Subintendente. 

    — Tal cual. Era un enfrentamiento de cinco contra uno, y los cinco bien armados y entrenados en combate cuerpo a cuerpo.

    — ¿Qué tenía el Subintendente? 

    — Un abanico de papel. 

    — Pfff. Seguro que se confiaron. Ojalá hubiera estado yo allí para echarles un cable. 

    — Yo también lo creo, pero llegué tarde. Cuando entré a la cámara, Yayyan, Elvira y Aeminium ya estaban fuera de combate, medio muertos. Tenían cortes profundos en el cuello. Vi que Onuba y el Subintendente se miraban fijamente el uno al otro y, al segundo siguiente, ambos chocaron y cayeron al suelo. Onuba tenía la cara como si le hubiesen dado con un mazo, y el Subintendente sangraba por el pecho. Iba a intervenir cuando una escalerilla de helicóptero cayó justo al lado del Subintendente. Este la agarró y se largó, sin que yo pudiera hacer gran cosa. Gades Gadir y yo empezamos a atender a los heridos.

    — ¿Cómo los derrotó el Subintendente? 

    — Usó algún truco de magia o tecnología que ni de coña conocemos. Había alterado los sentidos: los sonidos se volvían imágenes y lo que se veía se convertía en sonidos. Así los desorientó y los barrió del mapa sin pestañear.

    — Pero Onuba logró herirle. ¿Cómo lo hizo ella? 

    — Ventajas de ser sinestésica. Onuba ya está curtida en ese tipo de percepciones cruzadas.

    — ¿Quiere decir que Kraken también nos ha subestimado? 

    — No exactamente. Quizá ese Subintendente en especial no se dio cuenta de ese detalle, pero un Intendente los habría hecho trizas en un suspiro. 

    — Es cierto. Yo me he medido con Intendentes y Comisarios de Kraken, y no son moco de pavo. 

    — Entonces te falta enfrentarte a un Plenario de Kraken. Ahí es cuando empieza lo serio.

    — ¿Y cómo recuperaste el cargamento? —le cortó con cierto desdén Larisa. 

    — Estaba en la misma cámara que custodiaba el Subintendente. 

    — ¿Qué era? 

    — Una especie de cápsula de cristal negro, de unos cuatro metros de largo por dos de ancho.

    — ¿Cómo la abristeis? 

    — Había otro acertijo en la cápsula: un montón de letras raras en un alfabeto extranjero. 

    — Déjame adivinar: un mensaje en griego koiné. ¿Qué decía? 

    — Πίεσον τὸν κώδωνα ἵνα τὸ φῶς ἀνάψῃς. 

    — ¿El acertijo decía "Presiona la luz"? 

    — Veo que tu griego no anda nada mal. Ojalá hubieras estado allí. Pues hicimos lo que dices: entre Gadir y yo, simplemente tocamos la cápsula, y una luz se encendió, dejándonos ver su precioso interior.

    — ¿Qué había dentro? 

    — Una minotaura en animación suspendida.



    Relato que participa en la convocatoria del blog Tintero del Oro:

    Escribir un relato que derroche imaginación en el que hay que incluir, además, un acertijo.



    SERIE LOS 10.000


    I. El Nacimiento

    II. Los Vigilantes

    III. El invencible

    IV. Pluvia Mayrit

    V. Bilbo Bilua

  • Escrito a mano



    Teníamos un asunto de mucha enjundia que tratar con Bilbo Bilua, un profesor de Ecuaciones Diferenciales y miembro de los 10.000. Le llevamos una hoja sacada de un manuscrito antiguo que parecía traída de otro mundo, probablemente un grimorio lleno de fórmulas raras.

    El profesor echó un vistazo a la hoja —con lupa incluida—, soltó una media sonrisa y nos dijo:

    —Esto me trae al fresco aquella vez que me internaron en un manicomio. Allí conocí a unos cuantos personajes más locos que una cabra, pero había uno que no se me olvida: juraba ser matemático, ¡como si eso fuera poco! Me enseñó una hoja de cuaderno cuadriculado llena de palabras escritas para todos lados, formando una especie de espiral, con frases como: "Quejas sobre el curro", "Cierre del bar de la esquina", "Enganchados en Netflix", "Taured fue detenido", "Caras de Bélmez", "Luces de Manises", "Galindo Paradas", "Lucio Urtubia", "El niño de Málaga", "Aceite de colza adulterado", "Macastre", "Momias en túneles", "Capitán Alatriste", "Nace Minotaura", "Espías de Xerath".

    —¿Se acuerda usted de todas esas frases? —le pregunté, porque, vamos, algo tenía que decir.

    —No, ni harto de vino me acuerdo de todo lo que aquel hombre escribía —contestó mientras se ajustaba las gafas—. Pero recuerdo que su caligrafía era de libro, muy clara y ordenada. Lo que él llamaba "una fórmula matemática misteriosa revelada por conspiraciones psicodélicas" no era más que un batiburrillo de incoherencias propias de alguien que estaba más perdido que un calcetín en la lavadora.

    —¿Nos está dando a entender que esta hoja que le hemos traído es también obra de un pirado? —soltó Luzbella Sabina, que iba conmigo y no tiene pelos en la lengua.

    —No tan rápido —replicó el profesor, levantando una mano—. Solo dije que me recordaba. El caso es que esta hoja que ustedes me muestran parece tener sus años, digo yo que unos 400 o 500, ni más ni menos. En aquel entonces, solo alguien con la pasta bien llena podría permitirse escribir algo así, quizás el hijo desquiciado de algún noble o el propio noble haciendo de las suyas. También cabe la posibilidad de que sea, como ustedes dicen, un texto codificado guardando algún secreto de esos que te ponen los pelos de punta.

    —Pero entonces, ¿usted puede descifrar qué pone aquí? —insistió Luzbella, que cuando se mete con algo no para hasta sacarle el jugo.

    —Mire, hija —dijo el profesor con aire de sabio—, si hay algún significado ahí escondido, no creo que esté en mis manos desentrañarlo. Pero conozco a alguien que es un auténtico lince para estos enigmas, aunque, eso sí, te deja el bolsillo más seco que el desierto de Almería. Se trata de la profesora Glosolalia de Princeton experta en Neuropsicología y ensaladas de palabras.

    — ¿Es alguien de los 10.000? —pregunté en tono mordaz.

    — De los 9000 — respondió lacónico el profesor.

    Para este jueves 4/Abril Campirela propone en "Misterios sin Resolver" inspirarse en el curioso pergamino Voynich. Para ver la reseña completa del reto y otras participaciones favor seguir este enlace.


    SERIE LOS 10.000

    I. El Nacimiento

    II. Los Vigilantes

    III. El invencible

    IV. Pluvia Mayrit



  • El caso Troya

    Hector Troya no entendía cómo una Numeróloga y Alquimista Empresarial ciega iba a aclarar el lío del asesinato de su tío Aquiles. Pero si el Jefe de Policía la había recomendado como la única capaz de desentrañar el misterio, algo sabría. Según él, había formado parte de "los 10.000". Ahora bien, lo que no terminaba de cuadrarle a Hector era la "oficina" de la dama: rollos de papiro, animales disecados, olor de incienso, muñecos de vudú repletos de alfileres, estatuas de minotauras, fetos en botellas.... Más que una agencia de profesionales, parecía un museo macabro.

    —Adelante, señor Troya. ¿Trajo objetos de la escena del crimen? —dijo Pluvia Mayrit con una voz tranquila, pero firme.

    —Un portarretratos, unas flores marchitas y ... umh ... el vestido y los zapatos rojos que llevaba mi tío cuando le encontraron —respondió él, algo titubeante.

    —Bien, aunque unos cabellos ayudarían.

    —El Jefe me dio una bolsita con algunos, junto con una copa de vino.

    —Perfecto. ¿Y la foto del lugar?

    —Aquí está. Si quiere, se la describo.

    —No hace falta. Deposite todo en aquel caldero encendido.

    Hector, con una ceja levantada, obedeció. Fue dejando los objetos, uno tras otro, en el caldero donde una agua verdosa borboteaba de forma inquietante. Pluvia esparció un polvo brillante en el liquido y comenzó a recitar unas palabras de un idioma antiguo y olvidado.

    San Valentin, San Valentin

    Per tenebras ad veritatem 

    revela quod occultum est

    De repente, la mujer cayó al suelo, puso los ojos en blanco, convulsionó y empezó a babear.

    Hector, al borde de perder la paciencia, estuvo a punto de soltar un "¡vaya timo!" y largarse, pero Pluvia, sin incorporarse, dijo con una claridad pasmosa:

    —Señor Troya, mire al caldero. ¿Qué ve?

    Con escepticismo, Hector se dignó a mirar. Y lo que vio le heló el alma.

    —¡Es Don Patroclo Micenas!... el socio de mi tío.

    —Ahí tiene usted a uno de los asesinos, falta el complice, eso será asunto de otra sesión. En una semana recibirá la factura en su domicilio por mis servicios de hoy. Podrá pagarme a 90 días, en tres contados. Le deseo que pase un buen día, señor Troya.


    Neogeminis para los encuentros de Cada Jueves un Relato, propone lo siguiente:

    "Desarrollar historias surgidas a partir de lo que vean e imaginen en alguna de las siguientes imágenes. En cada una he intentado resumir las pistas con las que un eventual investigador se encontraría al revisar cada Escena del Crimen, dando pie a la historia que se les ocurra como antelación a ese desenlace trágico."

    Ver todas las condiciones 

    Para el reto he escogido la foto número 1


    SERIE LOS 10.000

    I. El Nacimiento

    II. Los Vigilantes

    III. El invencible

  • Minino

    Estando de visita en un mercado de El Cairo, un vendedor de recuerdos se dirigió repentinamente a mí en una mezcla de inglés y árabe:  

    —¡Hanem! Este es un regalo especial de Egipto.  

    —No estoy interesada en figurillas de gatos —contesté secamente, con aire descortés.  

    Mala idea. No debí haber dicho palabra alguna. Ahora que había captado mi atención, no quiso despegarse y comenzó a seguirme mientras yo intentaba continuar con mi itinerario.  

    —Disculpe, no quise molestarla. Acepte este don. Ha estado buscándola por siglos.  

    Intrigada por su frase, le pregunté cuánto quería por el objeto que me ofrecía.  

    —Siempre ha sido suyo —respondió, colocando la estatuilla en mis manos antes de desaparecer entre la multitud.  

    Decidí conservar el recuerdo, que consideré anecdótico, pensando que podría servir de adorno en mi hogar, al otro lado del mundo.  

    De regreso en casa, coloqué la estatuilla en la mesa central de la sala. Cuando Arturo, mi novio, vino a visitarme, le causó curiosidad la pieza. La tomó en sus manos y comentó:  

    —Esto debió costarte una fortuna.  

    —¿Por qué? Es solo un souvenir.  

    —Si no te has dado cuenta, está hecha de diorita, un material raro y valioso.  

    —Quizás pueda venderlo al museo o a algún coleccionista —dije sin ocultar mi codicia.  

    A la mañana siguiente, Arturo ya se había ido. Supuse que salió temprano al trabajo y no quiso despertarme. Como de costumbre, fui a prepararme el desayuno, pero esta vez noté que la estatuilla no estaba en la sala. Al principio no le di demasiada importancia, pensando que él la habría movido.  

    Busqué por toda la casa. Al llegar al armario, di un salto cuando un gato negro salió de entre la ropa y se escondió bajo la cama.  

    —¿De dónde saliste tú? —murmuré, acercándome lentamente.  

    El gato me miró fijamente con sus ojos dorados, de una manera inquietantemente familiar.  

    —Si pudieras hablar, seguro responderías: “No hay nada igual a mí excepto yo”.  

    El gato comenzó a olisquearme y a refregarse contra mis piernas, como marcando su territorio.  

    —¿Arturo? —pregunté, incrédula.  

    El peludo intruso se limitó a responderme con un ronroneo y un leve mordisco en mis pies descalzos.  

    🐈

    Texto compuesto para participar en la convocatoria de "Jueves de Relatos", con El Demiurgo de Hurlingham como anfitrión. Esta semana hay que escoger entre diferentes frases dichas por metahumanos, héroes o villanos. Ver la convocatoria en su blog siguiendo este enlacé.

  • El Invencible



    En algún castillo al norte del País Vasco, un grupo de hombres y mujeres excepcionales se ha reunido para discutir un asunto de extrema urgencia y de seguridad nacional.  

    —A mí esto me huele y sabe a chamusquina —soltó visiblemente molesta Onuba Awanaba, la sorprendente mujer sinestetica  — Lo que dijo el Almirante Pirro Cartago en la conferencia de esta mañana tenía un tufo a operaciones encubiertas que tira para atrás.  

    —Aunque supongamos que el Almirante nos ha soltado una trola o nos ha dado la información a medias, el mero hecho de que nos haya reunido y encargado esta misión ya indica que en el gobierno hay alguien muerto de miedo —respondió con frialdad Gades Gádir, el hombre que ostentaba el título de campeón mundial tanto de ajedrez como del legendario juego del Go.  

    —Estoy de acuerdo —intervino Elvira Granada haciendo ademanes de hipnosis—. Lo mejor que podemos hacer es repasar con calma lo que dijo el almirante.  

    —Vale, al lío —asintió Onuba—. Según el Almirante, El Invencible, un buque de la flotilla privada de EURATOM, desapareció en algún punto entre los puertos de Orán y Algeciras. La última comunicación fue cerca de las islas Habibas. Y de ahí… ni rastro. Se esfumó del radar y de los satélites.  

    —No veo el engaño —apuntó Elvira con tono meditabundo—. Conozco bien esa zona. El archipiélago de Habibas suele estar cubierto por una niebla espesa y está plagado de piratas, contrabandistas y demás gentuza. Incluso grupos terroristas. Además, si El Invencible iba cargado con 300 toneladas de uranio, cualquiera de esos islotes serviría para esconder un barco así.  

    —Pues ahí es donde a mí me patina la historia —replicó Onuba, cruzándose de brazos—. Un buque de ese tamaño no desaparece así como así. Y si alguien ha querido robar la carga, necesitaría mano de obra muy especializada para manejar ese material radiactivo. Básicamente, sería un suicidio intentarlo sin el equipo adecuado.  

    —A ver, que estamos hablando del Almirante Pirro Cartago —intervino Auringi Yayyan un hombre de prodigiosa ambidestreza — No creo que nos la esté colando ni que pretenda usarnos como chivos expiatorios. Si ha ocultado algo, será por una buena razón. Es un tipo astuto, sí, pero con nosotros siempre ha ido de frente.  

    —Yo es que no me fío ni un pelo —dijo Onuba con expresión grave—. Si no hay piratas ni uranio de por medio, lo más probable es que nos estén tendiendo una trampa.  

    —También puede ser que el Almirante haya sido discreto porque su discurso iba dirigido a demasiada gente —intervino por primera vez la hermosa Aeminium Conimbriga, que hasta entonces había permanecido en silencio—. Lo lógico es pensar que hay alguien muy preocupado por esa carga, ya sea radiactiva… o de otra clase.  

    —¿Carga de otra clase? —preguntaron todos al unísono.  

    —Empiezo a hilar cabos… —musitó Onuba, como si acabara de encenderse una bombilla en su cabeza.  

    —Debe de haber algo o alguien muy importante para el gobierno en ese buque —apuntó Gades Gádir.  

    —¿Alguien? —terció Elvira, frunciendo el ceño.  

    —Ahora lo veo claro —exclamó Onuba, con un brillo de emoción en los ojos—. En El Invencible iba alguien de manera clandestina. Pero no contaban con que esas aguas están controladas por los chicos malos.  

    —No por unos cualquiera —corrigió Aeminium con tono gélido—. Esa zona es territorio de la Organización Kraken.  

    —¡¿Kraken?! —repitió Onuba, boquiabierta—. Pero si se suponía que habían desaparecido hace décadas… Es imposible que hayan vuelto.  

    —Aeminium tiene razón —intervino Gades—. Los cefalópodos pueden regenerar sus tentáculos y, por lo visto, nuestro Kraken no es la excepción. Llevo tiempo siguiéndoles la pista y te aseguro que no solo han vuelto, sino que han extendido sus redes más allá del estrecho de Gibraltar. Diría que tienen los tentáculos bien metidos en toda España. 

    ¡Jaque Mate! — exclamó son cierta sorna Auringi Yayyan mientras blandía con la mano izquierda su daga moruna para  colocarla entre los dientes y al mismo tiempo con la derecha se ajustaba un parche en el ojo del lado opuesto.


    SERIE LOS 10.000

    I. El Nacimiento

    II. Los Vigilantes


    Relato participante en los siguientes retos literarios

    Homenaje a la Isla del Tesoro, Tintero de Oro

    El Iceberg de Hemingway, Alianzara

    (seguir los enlaces para ver los detalles de cada reto y las diferentes aportaciones de la comunidad)




  • La Señal

      Eran las tres de la mañana cuando recibí la llamada de la Jefa. Soy de ese tipo de personas a las que buscan cuando todo se va al garete y...

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