• Farmaquis Herpetón


    El desierto casi me mata, pero ¿qué era un poco de insolación comparado con esto? Mi cometido estaba cumplido. Allí, semienterrado como un mal secreto, estaba el tesoro más grande del Clan Alacrania: la cabeza petrificada del fundador de los 8000. Tomé mi teléfono y, sin dudar, marqué por primera vez un número que tenía memorizado desde hacía largo tiempo. Al otro lado respondieron de inmediato.

    —Lo he encontrado —indiqué en tono serio, incluso amenazante.

    —¿Tu nombre es Farmaquis, no es verdad? —replicó una voz masculina con un aire quizá demasiado amistoso.

    —Habla Madame Herpetón —repliqué secamente.

    —Ja, ja, muy bien, belleza. En breve enviaré un equipo a tus coordenadas. Buen trabajo, serás recompensada.

    Y colgó. Su tono, tan irritantemente informal, violaba cada protocolo del Clan. O era un idiota que no sabía con quién hablaba, o era alguien tan por encima de mí que las reglas ya no le importaban. Me incliné por lo segundo. Pero la palabra «recompensa» sí la entendí. Era el único lenguaje que nunca fallaba. Desde que pertenezco al Clan solo la habían mencionado otro par de veces y, en ambas ocasiones, algo bueno me había ocurrido.

    Mientras esperaba el helicóptero que no venía por mí, sino por mi trofeo, sentí que el aire vibraba sobre la arena y el silencio era tan denso que casi podía masticarse. En ese vacío, los recuerdos siempre encuentran una forma de colarse, como escorpiones buscando la sombra.

    Yo era bastante joven. Acababa de graduarme en la facultad de contaduría y había cumplido todos los requisitos para ejercer. Conseguí de inmediato una serie de empleos en los que di todo de mí, solo para quedar desempleada en menos de seis meses, una y otra vez. Luego vino la sequía: nadie quería darme trabajo. La competencia era tal que las empresas podían recibir diez mil hojas de vida para una sola plaza.

    En aquellos días, las mejores ofertas aparecían en la prensa escrita, en la edición dominical: «Importante compañía multinacional requiere auxiliar de contabilidad con diez años de experiencia y manejo de SAP (y diez mil requisitos más). No mayor de 30 años. Enviar hoja de vida al apartado aéreo 666».

    Cada fin de semana preparaba al menos diez sobres de manila con mis datos y los lunes los depositaba a primera hora en el correo, operaciones que drenaban poco a poco mi mermada economía. A veces recibía llamadas de recursos humanos para una entrevista, a la cual asistía impecable, muy profesional. A veces lograba pasar a una segunda fase con un jefe de área, y quizá hasta a un examen. Pero nunca conseguía el empleo.

    Hasta que llamaron ellos: La Corporación Ponzoñi. La entrevista con la jefa de «Adquisición de Talentos» parecía normal. Poco a poco, ella condujo la conversación hacia un diálogo amistoso y abierto, centrado en mi experiencia. Me dejé llevar.

    —Veo que el mercado tradicional no ha sido justo contigo —me dijo—. Has dado lo mejor de ti, pero te volvían invisible o se robaban el crédito de tus ideas. Encontrarás que nosotros somos diferentes. Aquí vemos el potencial de nuestros asociados y buscamos que lo exploten al máximo. Queremos que cada individuo llegue lejos en la consecución de sus objetivos.

    Aquella dama debió de ver en mí algo que los otros nunca vieron. Quedé encantada con el ambiente que reflejaban: opulencia, lujo, poder y un trato casi de ciencia ficción. Lo notaron y, antes de darme cuenta, ya tenía sobre la mesa una oferta con un salario que doblaba mis expectativas. En un solo día, mi suerte había cambiado para siempre.

    Como siempre, hice mi trabajo de forma meticulosa y eficiente. Sentía que mis jefes realmente valoraban mi labor, confiándome poco a poco mayores responsabilidades. Unos seis meses después, mientras archivaba unas facturas —usábamos papel azul—, noté varios folios de color rosado. Cuando iba a examinarlos, apareció Zulema, la de Costos, y con gesto sonriente los tomó antes que yo.

    —Oh, estas son de «Inversiones Ectrodactilia», no deberían estar aquí. Si un auditor las encuentra, se armaría un gran lío.

    Y sin más, se las llevó y las traspapeló donde nadie pudiera encontrarlas.

    Quedé intrigada. Me propuse investigar esas transacciones rosadas.

    Un día, durante el paseo corto después del almuerzo, el señor Rojas me dijo, entre chiste y chanza, que me fijara solo en el papel azul, que ningún otro color existía en la empresa. No lo tomé como una amenaza, pero anoté mentalmente el comentario.

    Ni bien llegué a mi cubículo, Zulema me informó de que el jefe quería hablarme de inmediato en su oficina, en privado.

    La secretaria me hizo pasar. El jefe, tras su escritorio, me dirigió una sonrisa amable.

    —Farmaquis, pasa, por favor. Siéntate.

    Como me vio dudar, continuó:

    —No te preocupes por «Inversiones Ectrodactilia». Es una doble contabilidad —dijo en tono suave—. Todo el mundo lo hace para bajar impuestos. El gobierno prácticamente se lleva todas nuestras ganancias. Comprenderás que esto es confidencial, ¿no?

    Mi mente seguía en blanco, pero debajo del pasmo, algo más profundo hizo clic. No era miedo. Era claridad. Todas las entrevistas fallidas, los jefes mediocres, la frustración… El problema no era yo, era el sistema. Y este hombre, con su sonrisa tranquila, me estaba ofreciendo la llave para salir de la jaula. Mi lealtad no fue una decisión; fue la única conclusión lógica. Levanté la vista y, sintiendo el peso de cada sílaba, respondí:

    —Entiendo, jefe. Tiene mi absoluta discreción.

    Y lo logré. Fui escalando dentro de la compleja jerarquía alacránida, enterándome de un sinfín de maniobras y prácticas poco convencionales que engordaban no solo los bolsillos de la corporación, sino también los míos.

    Fue entonces cuando lo comprendí. No éramos los malos; éramos los únicos lógicos en un sistema diseñado por parásitos. Gobiernos que llaman «impuesto» al robo y «regulación» a la extorsión. ¿Y los 10.000? Los perros guardianes de esa farsa, celebrados por mantener las rejas de la jaula bien pulidas. Mi odio hacia ellos no fue una decisión. Fue un despertar.

    Mis recuerdos se desvanecieron, devolviéndome al presente. Allí estaba yo, después de tantos años, con mi pie sobre la cara del primer enemigo. Le escupí, mientras en el horizonte comenzaba a oírse el sonido rítmico de la hélice de un helicóptero.

    Un equipo de paleontólogos al servicio del Clan Alacrania extraería la cabeza que yacía enterrada en el desierto y, gracias a mí, pronto sería colocada como trofeo en la sala del "Gran Líder Iluminado".



    Para agosto de 2025 me he unido a la convocatoria de Vadereto, del blog "Acervo de Letras" conducido por José (JascNet).

    El Reto es el siguiente: Tenéis nueve imágenes en la siguiente galería, con distintas alegorías y posibles temas inspiradores. Debéis elegir una de ellas (o varias si sois osados o agonías) y a partir de lo que os sugiera la imagen construir un cuento.

    SERIE LOS 10.000







  • La Pirámide de Toledo



    El alcalde de la ciudad, Alberto Aguilera de Lema, estaba sometido a una gran presión. En solo ocho meses, tres mujeres habían aparecido degolladas en la calle de la Luna, número 22. La unidad de investigación policial no tenía ni la más mínima pista de quién podía estar detrás de semejantes horrores. Por eso, muy a su pesar, se decidió a consultar al Doctor Adrián Costa, un coleccionista de objetos esotéricos rarísimos (nivel: vitrina para cada uno) y miembro de los 10.000.

    Costa le había dado cita al alcalde en su piso —bueno, residencia suena más fino— a una hora que no era precisamente de oficina: las once de la noche, en el barrio de Malasaña, que dormía bajo una lluvia fina, muy de peli noir.

    —Tengo un artefacto que puede ayudarnos a resolver tu misterio —dijo Costa, señalando una pequeña pirámide metálica que tenía sobre el escritorio, así como quien tiene un pisapapeles mágico.

    —¿Dices que este adorno puede darnos la identidad del criminal? Venga ya, eso no tiene ni pies ni cabeza.

    —No es un adorno cualquiera. Es la Pirámide de Toledo —un artefacto milenario que se recuperó en una subasta del siglo XVIII en Kiev.

    Fue entonces cuando al alcalde le picó la curiosidad y se acercó a mirar bien el objeto misterioso. La superficie estaba tan pulida que parecía recién encerada y brillaba como si llevara LEDs por dentro.

    —¿De qué está hecha?

    —Pues nadie lo sabe a ciencia cierta. Es una aleación rara que incluye todos los metales plateados menos el tungsteno, que ya sabemos es el soso de la tabla periódica: cero propiedades mágicas.

    —¿Y cómo se usa?

    —Fácil. Te la pones en la frente, piensas la pregunta y ella... responde. ¿Quieres probar?

    —Por supuesto. Adelante, tú primero.

    Costa se colocó la pirámide sobre la frente, cerró los ojos y entró en un estado de concentración zen total. Pasaron unos segundos eternos y, de repente, abrió los ojos como si hubiese visto un fantasma en bata.

    —No puede ser... es imposible —balbuceó.

    —¿Qué has visto? ¡Explícate! —exigió el alcalde, ya sin disimular el pánico.

    —La pirámide me ha revelado la identidad del asesino.

    —¿Quién es? ¡Dímelo ya!

    —No es una sola persona. Es una organización. Antigua, muy antigua. Pensábamos que estaba disuelta, pero nos la han colado bien durante siglos. 

    —¿Pero cómo se llaman? ¡Dilo ya!

    —Kraken. Han vuelto.



    # PARA EL ENCUENTRO JUEVERO DEL 24 DE JULIO, NEOGEMINIS PROPONE:
      
    5 ELEMENTOS  
    
    - un paisaje urbano nocturno  
    - un elemento tecnológico futurista  
    - un peligro inminente  
    - un personaje enigmático  
    - un desenlace inesperado  


    SERIE LOS 10.000


  • La Señal

     



    Eran las tres de la mañana cuando recibí la llamada de la Jefa. Soy de ese tipo de personas a las que buscan cuando todo se va al garete y alguien de la élite que nos gobierna empieza a morderse las uñas. Pertenezco a los 10.000. 


    Los sucesos ocurrieron en una instalación del gobierno donde ningún hombre nacido de mujer puede poner un pie: un laboratorio de experimentación genética, bajo tierra.


    Al parecer, alguien no entendió la señal de acceso restringido en una de las puertas. Que vamos, para cualquiera con dos dedos de frente está clarinete que ese símbolo indica la presencia de una minotaura dentro. Pero ya se sabe… siempre hay algún iluminado que no distingue entre una señal de peligro y un logo de discoteca postmoderna.


    —¿Esas son todas las pistas? —le pregunté a la Jefa, intentando sonar más tonta de lo que soy, que a veces cuela.


    —Hay unas salpicaduras más por el pasillo y luego… nada. Por eso te llamamos. Tu misión, si decides aceptarla, es traernos al dueño de esos fluidos... vivo o muerto. Total, ya está herido.


    —Pfff… —respondí, poniendo cara de asco como quien ve una tortilla sin sal—. Les costará seis millones.


    —¡Hecho, querida! El dinero ya está en tu cuenta.


    Y ahí me tenéis, con el traje antibacteriano a medio abrochar, las botas llenas de barro lunar, y el café de cápsula aún en la mano, dispuesta a rastrear los charcos fluorescentes de un bicho que, según el protocolo, no debería ni existir. Pero en este curro, lo raro es lo de siempre, y lo imposible… pues casi que también.






    -

    Participo en el reto de Cada Jueves un Relato, convocado por Neogeminis bajo estas directivas:

    Evocando (que no emulando) los famosos versos de García Lorca, les invito a escribir, ya sea concreta o simbólicamente sobre este color tan particular. Puede ser utilizando algún objeto verde que aparezca destacado en el relato o reflexionando sobre lo que pueda significarnos sus características estéticas o emotivas, la consigna pretende partir de ese color para narrar historias breves que surjan sin más condicionamientos.



  • Singladura a una Montaña llamada Cthulhu


    En el cementerio de la Almudena, junto a J.L., mi Mentor, quien iba vestido de blanco, estábamos ante la tumba del profesor Jiménez del Oso. Me quité los guantes para tocar la lápida. Sin previo aviso, el Mentor (ahora en traje negro) tocó mi hombro y dijo: "Ven, vamos a hacer el Mulhacén".

    De inmediato, mi cuerpo mental fue trasladado a la Sierra Nevada, donde, desde cierto ángulo y bajo ciertas condiciones de luz, la montaña parece un monstruo dormido. Su contorno, vagamente antropoide, tenía picos que se alzaban como tentáculos de un pulpo, una superficie escamosa y formaciones rocosas que se extendían como alas estrechas y largas.

    Dentro de una cámara secreta en la montaña, llamada "El Cuarto de los Espejos", el aire era denso, cargado de incienso y murmullos. Los Cultistas, vestidos con túnicas oscuras y capuchas que impedían ver sus rostros, formaban un círculo alrededor de un altar tallado con runas que no reconocí. El Mentor me guió hacia un sarcófago entreabierto, donde me esperaba la ceremonia de iniciación. "Hoy nacerás de nuevo", susurró.

    Los cánticos en lenguas desconocidas resonaban en las paredes de piedra. Los Cultistas se descubrieron el rostro. Todos tenían mi cara.

    La Noche de los 10.000 es un momento único, cuando el velo entre los mundos se desvanece y aquellos destinados a portar dones especiales son marcados. Sin saber cómo, tomé posesión del sarcófago. Un frío me atravesó el alma. Cerraron la tapa y quedé indefensa en la oscuridad durante siglos. No recuerdo mucho después de eso, solo mi propia voz murmurando: "Verás lo que otros no pueden".

    —¡Ferina! ¡Ferina! —Los gritos angustiados de la entidad vestida de blanco me sacaron del trance y del rapto—. ¿Qué viste?

    —Al tocar la lápida de Jimenez, miles de imágenes inundaron mi mente. Pude ver su vida, sus alegrías, sus penas, sus secretos; todo se desplegó ante mí como un libro abierto. Solo que, esta vez, sus recuerdos, de algún modo, se mezclaron con los míos y no podía diferenciar claramente qué era de él y qué de mí.

    Mi Mentor me observó en silencio y dijo:

    —Obviamente, el profesor no era un simple maestrillo de escuela. Esta tumba está protegida por una tecnología que no es usual en esta parte de la galaxia. Sea quien sea que esté detrás de esto, conoce tus habilidades y también ha visto aquello que te fue revelado. Esta es mi voz de advertencia: en adelante, ten cuidado con lo que tocas... algunos muertos no quieren ser recordados.

    Neuriwoman en "Cada jueves un Relato", nos invita a crear una historia en donde se evoque un viaje, real o ficticio, en la Tierra o en las estrellas, o un viaje iniciático. Para ver completos los detalles de la convocatoria seguir este enlace

     

  • La Matrioshka del SubIntendente



    — ¿Exactamente qué fue lo que salió mal con el asunto de Kraken y el barco perdido de Euratom? —soltó al aire la pregunta Larisa Argos, miembro senior de los 10.000, cuya habilidad consiste en mantenerse libre de inhibiciones.

    — Falló todo y fallamos todos —cortó seco Olissipo Ulishbona, el otro senior, un hombre atormentado por varias condiciones febriles como hipermnesia, anamnesis y memoria eidética.

    — Soy toda oídos. Cuéntamelo con pelos y señales, desde el principio y sin dejarte nada en el tintero.

    — Todo empezó con un acertijo que entregó el Estafeta en turno la noche antes de que el grupo liderado por Onuba Awanaba fuera a confrontar la base de Kraken cerca de Argelia, para recuperar el barco con su cargamento.

    — ¿Awanaba es la sinestésica? 

    — Justo esa.

    — ¿Y quién más iba en el grupo? 

    — Estaban Elvira Granada, Auringi Yayyan… 

    — La hipnotista y el ambidiestro. 

    — …y también iba Gades Gadir. 

    — ¿El ajedrecista? 

    — El mismo.

    — Y con ellos iba tu esposa, Aeminium Conimbriga, la famosa Hielera. 

    — También iba —Olissipo hizo una breve pausa para aclararse la voz.

    — ¿Y qué decía el acertijo del Estafeta? 

    — Absolutamente nada. 

    — No te pillo. 

    — No era un acertijo escrito. 

    — ¿Ah, no? ¿Entonces qué era? 

    — Una matrioshka. 

    — ¿De esas en las que dentro de una muñeca grande hay otra más pequeña, y así unas cuantas veces? 

    — Solo que, en vez de muñeca, el motivo eran 8 pulpos. 

    — O sea, un Kraken dentro de otro Kraken.

    — Onuba y su grupo tomaron el extraño mensaje como una advertencia de que el enemigo estaba al tanto de sus planes. Pero no captaron del todo el propósito del acertijo de la matrioshka.

    — ¿Y cuál era el verdadero significado? 

    — Kraken es una jerarquía muy estricta. Cuando te cruzas con un miembro de Kraken, tienes que suponer que tiene un superior mucho más peligroso y con más poder. 

    — Y eso no lo sabía Onuba. 

    — Ni ella ni ninguno del grupo comprendieron el acertijo.

    — ¿Quieres decir que, cuando se enfrentaron al Segundo Subintendente de Kraken, fueron prácticamente a ciegas? 

    — Es lo que hemos concluido. El grupo de Onuba logró despachar sin dificultad, uno a uno, a los soldados del enemigo. Penetraron sin mayor esfuerzo los anillos de seguridad que protegían el barco de Euratom. Hasta ahí, todo iba viento en popa.

    — Y en algún momento debieron dar con la cámara del Subintendente. 

    — Tal cual. Era un enfrentamiento de cinco contra uno, y los cinco bien armados y entrenados en combate cuerpo a cuerpo.

    — ¿Qué tenía el Subintendente? 

    — Un abanico de papel. 

    — Pfff. Seguro que se confiaron. Ojalá hubiera estado yo allí para echarles un cable. 

    — Yo también lo creo, pero llegué tarde. Cuando entré a la cámara, Yayyan, Elvira y Aeminium ya estaban fuera de combate, medio muertos. Tenían cortes profundos en el cuello. Vi que Onuba y el Subintendente se miraban fijamente el uno al otro y, al segundo siguiente, ambos chocaron y cayeron al suelo. Onuba tenía la cara como si le hubiesen dado con un mazo, y el Subintendente sangraba por el pecho. Iba a intervenir cuando una escalerilla de helicóptero cayó justo al lado del Subintendente. Este la agarró y se largó, sin que yo pudiera hacer gran cosa. Gades Gadir y yo empezamos a atender a los heridos.

    — ¿Cómo los derrotó el Subintendente? 

    — Usó algún truco de magia o tecnología que ni de coña conocemos. Había alterado los sentidos: los sonidos se volvían imágenes y lo que se veía se convertía en sonidos. Así los desorientó y los barrió del mapa sin pestañear.

    — Pero Onuba logró herirle. ¿Cómo lo hizo ella? 

    — Ventajas de ser sinestésica. Onuba ya está curtida en ese tipo de percepciones cruzadas.

    — ¿Quiere decir que Kraken también nos ha subestimado? 

    — No exactamente. Quizá ese Subintendente en especial no se dio cuenta de ese detalle, pero un Intendente los habría hecho trizas en un suspiro. 

    — Es cierto. Yo me he medido con Intendentes y Comisarios de Kraken, y no son moco de pavo. 

    — Entonces te falta enfrentarte a un Plenario de Kraken. Ahí es cuando empieza lo serio.

    — ¿Y cómo recuperaste el cargamento? —le cortó con cierto desdén Larisa. 

    — Estaba en la misma cámara que custodiaba el Subintendente. 

    — ¿Qué era? 

    — Una especie de cápsula de cristal negro, de unos cuatro metros de largo por dos de ancho.

    — ¿Cómo la abristeis? 

    — Había otro acertijo en la cápsula: un montón de letras raras en un alfabeto extranjero. 

    — Déjame adivinar: un mensaje en griego koiné. ¿Qué decía? 

    — Πίεσον τὸν κώδωνα ἵνα τὸ φῶς ἀνάψῃς. 

    — ¿El acertijo decía "Presiona la luz"? 

    — Veo que tu griego no anda nada mal. Ojalá hubieras estado allí. Pues hicimos lo que dices: entre Gadir y yo, simplemente tocamos la cápsula, y una luz se encendió, dejándonos ver su precioso interior.

    — ¿Qué había dentro? 

    — Una minotaura en animación suspendida.



    Relato que participa en la convocatoria del blog Tintero del Oro:

    Escribir un relato que derroche imaginación en el que hay que incluir, además, un acertijo.



    SERIE LOS 10.000


    I. El Nacimiento

    II. Los Vigilantes

    III. El invencible

    IV. Pluvia Mayrit

    V. Bilbo Bilua

  • Escrito a mano



    Teníamos un asunto de mucha enjundia que tratar con Bilbo Bilua, un profesor de Ecuaciones Diferenciales y miembro de los 10.000. Le llevamos una hoja sacada de un manuscrito antiguo que parecía traída de otro mundo, probablemente un grimorio lleno de fórmulas raras.

    El profesor echó un vistazo a la hoja —con lupa incluida—, soltó una media sonrisa y nos dijo:

    —Esto me trae al fresco aquella vez que me internaron en un manicomio. Allí conocí a unos cuantos personajes más locos que una cabra, pero había uno que no se me olvida: juraba ser matemático, ¡como si eso fuera poco! Me enseñó una hoja de cuaderno cuadriculado llena de palabras escritas para todos lados, formando una especie de espiral, con frases como: "Quejas sobre el curro", "Cierre del bar de la esquina", "Enganchados en Netflix", "Taured fue detenido", "Caras de Bélmez", "Luces de Manises", "Galindo Paradas", "Lucio Urtubia", "El niño de Málaga", "Aceite de colza adulterado", "Macastre", "Momias en túneles", "Capitán Alatriste", "Nace Minotaura", "Espías de Xerath".

    —¿Se acuerda usted de todas esas frases? —le pregunté, porque, vamos, algo tenía que decir.

    —No, ni harto de vino me acuerdo de todo lo que aquel hombre escribía —contestó mientras se ajustaba las gafas—. Pero recuerdo que su caligrafía era de libro, muy clara y ordenada. Lo que él llamaba "una fórmula matemática misteriosa revelada por conspiraciones psicodélicas" no era más que un batiburrillo de incoherencias propias de alguien que estaba más perdido que un calcetín en la lavadora.

    —¿Nos está dando a entender que esta hoja que le hemos traído es también obra de un pirado? —soltó Luzbella Sabina, que iba conmigo y no tiene pelos en la lengua.

    —No tan rápido —replicó el profesor, levantando una mano—. Solo dije que me recordaba. El caso es que esta hoja que ustedes me muestran parece tener sus años, digo yo que unos 400 o 500, ni más ni menos. En aquel entonces, solo alguien con la pasta bien llena podría permitirse escribir algo así, quizás el hijo desquiciado de algún noble o el propio noble haciendo de las suyas. También cabe la posibilidad de que sea, como ustedes dicen, un texto codificado guardando algún secreto de esos que te ponen los pelos de punta.

    —Pero entonces, ¿usted puede descifrar qué pone aquí? —insistió Luzbella, que cuando se mete con algo no para hasta sacarle el jugo.

    —Mire, hija —dijo el profesor con aire de sabio—, si hay algún significado ahí escondido, no creo que esté en mis manos desentrañarlo. Pero conozco a alguien que es un auténtico lince para estos enigmas, aunque, eso sí, te deja el bolsillo más seco que el desierto de Almería. Se trata de la profesora Glosolalia de Princeton experta en Neuropsicología y ensaladas de palabras.

    — ¿Es alguien de los 10.000? —pregunté en tono mordaz.

    — De los 9000 — respondió lacónico el profesor.

    Para este jueves 4/Abril Campirela propone en "Misterios sin Resolver" inspirarse en el curioso pergamino Voynich. Para ver la reseña completa del reto y otras participaciones favor seguir este enlace.


    SERIE LOS 10.000

    I. El Nacimiento

    II. Los Vigilantes

    III. El invencible

    IV. Pluvia Mayrit



  • El caso Troya

    Hector Troya no entendía cómo una Numeróloga y Alquimista Empresarial ciega iba a aclarar el lío del asesinato de su tío Aquiles. Pero si el Jefe de Policía la había recomendado como la única capaz de desentrañar el misterio, algo sabría. Según él, había formado parte de "los 10.000". Ahora bien, lo que no terminaba de cuadrarle a Hector era la "oficina" de la dama: rollos de papiro, animales disecados, olor de incienso, muñecos de vudú repletos de alfileres, estatuas de minotauras, fetos en botellas.... Más que una agencia de profesionales, parecía un museo macabro.

    —Adelante, señor Troya. ¿Trajo objetos de la escena del crimen? —dijo Pluvia Mayrit con una voz tranquila, pero firme.

    —Un portarretratos, unas flores marchitas y ... umh ... el vestido y los zapatos rojos que llevaba mi tío cuando le encontraron —respondió él, algo titubeante.

    —Bien, aunque unos cabellos ayudarían.

    —El Jefe me dio una bolsita con algunos, junto con una copa de vino.

    —Perfecto. ¿Y la foto del lugar?

    —Aquí está. Si quiere, se la describo.

    —No hace falta. Deposite todo en aquel caldero encendido.

    Hector, con una ceja levantada, obedeció. Fue dejando los objetos, uno tras otro, en el caldero donde una agua verdosa borboteaba de forma inquietante. Pluvia esparció un polvo brillante en el liquido y comenzó a recitar unas palabras de un idioma antiguo y olvidado.

    San Valentin, San Valentin

    Per tenebras ad veritatem 

    revela quod occultum est

    De repente, la mujer cayó al suelo, puso los ojos en blanco, convulsionó y empezó a babear.

    Hector, al borde de perder la paciencia, estuvo a punto de soltar un "¡vaya timo!" y largarse, pero Pluvia, sin incorporarse, dijo con una claridad pasmosa:

    —Señor Troya, mire al caldero. ¿Qué ve?

    Con escepticismo, Hector se dignó a mirar. Y lo que vio le heló el alma.

    —¡Es Don Patroclo Micenas!... el socio de mi tío.

    —Ahí tiene usted a uno de los asesinos, falta el complice, eso será asunto de otra sesión. En una semana recibirá la factura en su domicilio por mis servicios de hoy. Podrá pagarme a 90 días, en tres contados. Le deseo que pase un buen día, señor Troya.


    Neogeminis para los encuentros de Cada Jueves un Relato, propone lo siguiente:

    "Desarrollar historias surgidas a partir de lo que vean e imaginen en alguna de las siguientes imágenes. En cada una he intentado resumir las pistas con las que un eventual investigador se encontraría al revisar cada Escena del Crimen, dando pie a la historia que se les ocurra como antelación a ese desenlace trágico."

    Ver todas las condiciones 

    Para el reto he escogido la foto número 1


    SERIE LOS 10.000

    I. El Nacimiento

    II. Los Vigilantes

    III. El invencible

  • Farmaquis Herpetón

    El desierto casi me mata, pero ¿qué era un poco de insolación comparado con esto? Mi cometido estaba cumplido. Allí, semienterrado como un m...

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